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y aquí. -Un hilo de luz roja trazó el recorrido sobre el mapa al contacto del dedo
de Miles- Después, con el mayor sigilo, atrapamos a un empleado del interior y
le inyectamos pentarrápida. Desde ese momento, corremos contrarreloj porque
es posible que descubran muy pronto que el empleado no está en su puesto.
»La palabra clave es silencio. No hemos venido a matar a nadie, y no
estamos en guerra con los empleados de la Casa Ryoval. Llevad los
bloqueadores y dejad los arcos de plasma y los destructores nerviosos en su
lugar hasta que localicemos el objetivo. Lo liquidamos lo más rápido posible, sin
hacer ruido, y yo consigo la muestra. -Se tocó la chaqueta. Allí debajo llevaba
el equipo de recolección que mantendría el tejido vivo hasta que pudieran
volver al Ariel-. Después, desaparecemos. Si algo sale mal antes de que
consiga ese pedacito de carne, no nos preocupamos por pelear. No vale la
pena. Tienen formas muy peculiares de ejecutar las penas de muerte en este
lugar y no veo la necesidad de que todos terminemos como repuesto de los
bancos de tejidos de los Ryoval. Esperaremos a que el capitán Thorne arregle
un rescate y después intentamos otra cosa. En caso de emergencia, tengo un
par de cosas que pueden ayudarme a negociar con Ryoval.
-De extrema emergencia -musitó Bel.
-Si algo sale mal después de que acabemos con nuestra misión de
carniceros, hay que guiarse por las reglas del combate. Esa muestra es
irreemplazable y debe llegar al capitán Thorne a cualquier precio. Laureen,
¿estás segura de que sabes cuál es el punto de reencuentro?
-Sí, señor -dijo Laureen y señaló un punto en el mapa.
-Todos lo habéis entendido? ¿Alguna pregunta? ¿Sugerencias?
¿Observaciones de último minuto? Entonces, controlemos las comunicaciones.
Capitán Thorne.
Parecía que todos los comunicadores de muñeca funcionaban bien. El
alférez Murka se inclinó sobre el equipo de armas. Miles guardó con cuidado el
cubo del mapa holo, que les había costado casi el precio de un rescate pagado
a cierta compañía constructora bastante flexible en sus tratos. Los cuatro
miembros del equipo de incursión se deslizaron fuera de la furgoneta y
emergieron en la oscuridad congelada.
Se deslizaron por entre los bosques. La capa crujiente de escarcha parecía
muy resbaladiza bajo los pies y apenas cubría un suelo de barro. Murka vio un
ojo espía antes de que el ojo los viera a ellos y lo cegó con un estallido muy
breve de estática de microondas al pasar a su lado. Les costó muy poco trabajo
aupar a Miles sobre la pared. Trató de no pensar en el viejo deporte de los
bares de antaño, el de tirar a los enanos por el aire. El patio interno era sobrio y
muy funcional, plataformas de embarque con grandes puertas cerradas,
depósitos para recolección de basura y unos pocos vehículos estacionados.
Resonaron pasos en el silencio y todos se escondieron detrás de un gran
depósito de basura. Pasó un guardia vestido de rojo, balanceando un detector
de infrarrojos. Miles y su gente se agacharon y escondieron la cara en los
ponchos antiinfrarrojos. Sin duda, parecían bolsas de basura. Después
avanzaron de puntillas hasta las plataformas de embarque.
Conductos. La clave de la entrada a las instalaciones de los Ryoval había
resultado ser la red de conductos, la de la calefacción, la de los cables de
energía óptica, la de los sistemas de comunicación. Conductos muy estrechos.
Bastante intransitables para un individuo corpulento. Miles se sacó el poncho y
se lo tendió a uno de los hombres para que lo guardara.
Se aupó sobre los hombros de Murka y pasó al primer conducto a través de
una rejilla de ventilación bien alta sobre la pared que daba a las puertas de
embarque. Miles sacó la rejilla, se la alcanzó a uno de los hombres de abajo en
silencio y, después de mirar si había moros en la costa, se deslizó adentro. Era
estrecho incluso para él. Se dejó caer despacio sobre el suelo de cemento,
encontró la caja de control, cortó la alarma y levantó la puerta como un metro.
Su equipo se deslizó por ella y él volvió a poner la puerta en su lugar con el
menor ruido posible. Hasta ahora bien; ni siquiera habían tenido que
intercambiar una palabra.
Llegaron al otro lado del patio de recepción justo antes de que pasara un
empleado de uniforme rojo con un carro eléctrico cargado de robots de
limpieza. Murka tocó la manga de Miles y lo miró como preguntándole ¿Éste?
Miles meneó la cabeza. Todavía no. Un hombre de mantenimiento sabría
menos que un empleado acerca de lo que había en el interior, donde estaba su
objetivo, y no tenían tiempo para sembrar todo el lugar de hombres
inconscientes que habrían sido un fracaso como informantes. Encontraron el
túnel al edificio principal justo en el sitio en que lo fijaba el mapa. La puerta al
final del túnel estaba cerrada con llave, tal como se esperaban.
De nuevo sobre los hombros de Murka. Con un gesto rápido Miles aflojó un
panel en el techo y se deslizó por allí -ese marco de soporte del techo, bien
frágil, no habría aguantado a un hombre de mucho peso- y encontró los cables
de energía que alimentaban el cierre de la puerta. Miles estaba examinando la
situación y sacando las herramientas de la chaqueta de su uniforme llena de
bolsillos cuando la mano de Murka se alzó para dejar el paquete de armas a su
lado y volver a colocar el panel en su lugar. Miles se acostó boca abajo y
apretó el ojo contra la grieta mientras oía el grito de una voz en el pasillo,
abajo.
-¡Quietos!
La cabeza de Miles se llenó de insultos. Apretó la mandíbula para que no se
le escapara ninguno. Miró las coronillas de sus hombres. En un momento,
estuvieron rodeados por media docena de guardias armados y vestidos con
casaca roja y pantalones negros.
-¿Qué hacéis aquí? -soltó el sargento de guardia.
-¡Mierda! -exclamó Murka-. ¡Por favor, por favor, señor no le diga a mi
comandante que nos ha atrapado aquí! ¡Me va a degradar a soldado raso!
-¿Eh? -dijo el sargento de guardia. Empujó a Murka con su arma, un [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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